V Tertulia Cordobesa en Madrid – Cervantes y Córdoba

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Contexto histórico. La España y la Córdoba de Cervantes

 

La vida de Miguel de Cervantes coincide con tres reinados diferentes.

 

Estamos en 1547, año en el que nace nuestro protagonista. Carlos I, nieto de los Reyes Católicos reina España. Y con Carlos I, España tuvo una primera etapa de máxima prosperidad económica; la colonización y la conquista de América abrieron mercados, y la llegada de metales preciosos sirvió de impulso a todas las actividades económicas. Desafortunadamente el gasto desenfrenado -fundamentalmente en las continuas campañas bélicas- y la política imperialista del emperador terminaron por llevar al país a la ruina y la decadencia. Todo ello provocó que Carlos I abdicara en 1555, dejando la parte alemana del imperio a su hermano Fernando. Y al año siguiente cedería a su hijo Felipe, España y sus colonias, Italia y los Países Bajos.  Al final de sus días se retiró al monasterio de Yuste en Extremadura, donde murió el 1558.

 

En 1556, sucedió en el trono Felipe II, llamado «el Prudente», quien reinó hasta su muerte en 1598. Su reinado se caracterizó por la exploración global y la expansión territorial a través de los océanos Atlántico y Pacífico, llevando a la Monarquía Hispánica a ser la primera potencia de Europa y alcanzando el Imperio español su apogeo. Por primera vez en la historia, un imperio integraba territorios de todos los continentes habitados del planeta. Sin embargo, sobre sus espaldas siempre permanecerá la pérdida de una parte de la Grande y Felicísima Armada —Llamada por sus enemigos la Armada Invencible— debido a un fuerte temporal, y que fue transformada en una victoria inglesa. Este imperio, imposible de manejar, tenía su centro neurálgico en Madrid, siendo Sevilla el punto fundamental desde el que se organizaban las aventuras y posesiones ultramarinas. En 1598 muere y le sucede en el trono, Felipe III.

 

Felipe III de España, «el Piadoso» reinó España desde 1598 hasta 1621. Bajo su reinado España alcanzó su máxima expansión territorial. Aficionado al teatro, a la pintura y, sobre todo, a la caza, delegó los asuntos de gobierno en manos de su valido, el Duque de Lerma, el cual, a su vez, delegó en su valido personal Rodrigo Calderón. Después de tantas guerras, estos fueron años de paz en Europa, que permitieron que España ejerciera su hegemonía sin guerras.

 

No obstante, si por algo destaca la España de Cervantes, es porque este periodo comprendido entre la segunda mitad del siglo XVI y la primera del XVII se conoce como el Siglo de Oro, que debe su nombre a una época de florecimiento de las artes y las ciencias. En el campo literario destacaron los dramaturgos Lope de Vega, Calderón de la Barca o Fray Luis de León, entre otros. Personaje de indudable categoría es el poeta cordobés Luis de Góngora, amigo y gran defensor de Cervantes. Es también la época de la literatura mística gracias a Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz. En la pintura destacan Velázquez, El Greco, Murillo, Ribera, Zurbarán, ect. En música, Tomás Luis de Victoria. En escultura Gregorio Fernández, Alonso de Berruguete y Juan de Juni. Todo un elenco de artistas para cada uno de los sectores culturales.

 

Si trasladamos la mirada hacia Córdoba, vemos que la estructura urbana es la heredada de la época medieval con un trazado laberintico. La ciudad dispone de un recinto amurallado con accesos mediante 13 puertas: Almodóvar, Sevilla, Gallegos, Osario, Colodro, etc.  y por supuesto, la más importante, La Puerta del Puente. Córdoba está dividida en 14 barrios. 7 se ubican en la parte alta o villa y otros 7 en la Axerquia. La calle San Fernando o de la Feria delimita ambas zonas.

 

Ya las casas presentan la arquitectura típica cordobesa con el patio encalado y en el centro del mismo se sitúa el pozo y pila.

 

La Corredera, es la obra urbanística más importante en esta época y se llevará a cabo la segunda mitad del siglo XVII.

 

Como en todo el Reino, la sociedad cordobesa queda dividida en estamentos que destacan por su rigidez. Primero aristocracia y clero, que constituyen una clara minoría. Luego el Estado Llano con una disparidad económica importante. Y por último minorías de gitanos, extranjeros, que constituyen un 5% de la población.

 

Como cualquier ciudad española, Córdoba vive un fenómeno religioso muy importante. Por supuesto, la mayoría es católica. Figuras como San Juan de la Cruz, la creación del seminario San Pelagio, son ejemplos de esta importancia. Se crean las primeras Cofradías que tanto arraigo tienen hoy en día en la ciudad y se comienzan a procesionar los primeros pasos durante la Semana Santa. San Rafael Arcángel, cobra actualidad gracias al padre roelas en 1578. Pero no es hasta 1649 cuando la figura de San Rafael cobra especial importancia por salvar de la peste a la población. La Fuensanta también popularidad gracias a los problemas de la peste. Trinitarios descalzos y Capuchinos se instalan en la ciudad, así como Carmelitos Descalzos masculinos y femeninos en San Cayetano y Santa Ana respectivamente.

 

En la arquitectura, destacan las obras de la capilla mayor y del coro de la Catedral en el interior de la Mezquita. Se construye el Palacio de los Páez de Castillejo -futuro Museo Arqueológico-. Y el arquitecto cordobés de mayor importancia es Hernán Ruiz II- Entre los escultores destacan, Bernabé Gómez del Rio, con su obra del San Rafael del río y del San Rafael que corona la torre de la Catedral; Juan de Mesa y la imagen de Las Angustias. En la pintura la figura que sobresale es Antonio de Castillo. Y en la literatura, además del mencionado Góngora, hay que cita r a Juan Rufo y Luis Carrillo.

 

El teatro es la mejor manera de ocio. Así, se crean los Corrales de Comedias, donde el actor estrella del momento Lope de Rueda, quien representa numerosas funciones en la ciudad y a la postre moriría en nuestra ciudad.

 

La vida de Cervantes

 

A diferencia de Lope de Vega, la vida de Cervantes fue una sucesión de fracasos domésticos y profesionales, donde no faltó el cautiverio o las cárceles y todo ello con una permanente dosis mala fortuna. Solo al final con las dos partes del Quijote gozó de algo de gloria, pero siempre con muchas penurias económicas.

 

Sexto de siete hijos del matrimonio entre Rodrigo Cervantes y Leonor de Cortines, Miguel de Cervantes Saavedra nació el 29 de septiembre de 1547, en Alcalá de Henares, ciudad que destacaba la universidad fundada por el Cardenal Cisneros.

 

El primer episodio desafortunado en la vida de Cervantes se produce cuando su abuelo, el cordobés, Juan de Cervantes, letrado de cierto prestigio, abandonó el núcleo familiar para aventurarse en una azarosa vida, dejando a su familia en la indigencia. Es por ello que el padre de Cervantes, se vio obligado a ejercer de barbero cirujano, un oficio con pocas alegrías.

 

La duda sobre la ascendencia judía de Cervantes será una acusación que le perseguirá toda su vida.  Nunca probado, pero siempre presente, será un tormento permanente.

 

A los pocos años de nacer Miguel, y acuciados por las deudas, los Cervantes se mudan a Valladolid, ciudad próspera por aquel entonces. Pero en 1552 las cosas no mejoran y los préstamos que ha solicitado su padre quedan impagados y por ello acaba en la cárcel.

 

En 1553 se mudan a Córdoba, sin duda, buscando un lugar donde cobijarse bajo el amparo de la familia. Miguel ingresa en el colegio “Santa Catalina” de los Jesuitas. Su padre, estaba muy preocupado en que los hijos tuvieran una educación y formación, cosa poco usual en la época. Cervantes desde joven será un apasionado lector.

 

La situación de la familia sigue siendo muy precaria y deciden marchar a Sevilla, puerta de las riquezas que provienen de las Indias y tercera ciudad de Europa tras Paris y Nápoles. También en Sevilla acude al colegio de los Jesuitas y asiste entusiasmado a las comedias que representa el actor Lope de Rueda.

 

En 1561, fue trasladada la capital a Madrid y por ello en 1566 la familia se traslada a esta ciudad en busca de un presente y futuro mejor. Gracias a ello tiene la oportunidad de conocer al humanista Juan López de Hoyos, quien induce a Cervantes en la lectura de diferentes clásicos y entre ellos, nuestro paisano, Séneca o Erasmo de Rotterdam.

 

Aunque nunca estuvo probado y cada vez se duda más, hay historiadores que afirman que en 1569 Cervantes fue condenado en Madrid a arresto y amputación de la mano derecha por herir a un tal Antonio de Segura, por lo que huye a los dominios españoles en Italia, provisto de un certificado de cristiano viejo para meses después enrolarse en los tercios y más concretamente en la compañía de Diego de Urbina.

 

En 1571 Venecia y Roma formaban, con España, la Santa Alianza contra el turco. Y a los mandos de Juan de Austria – hijo fuera del matrimonio del rey Carlos I- vence a los turcos en la batalla de Lepanto. Todos los testimonios apuntan a que el papel de Cervantes fue muy destacado por su valentía y coraje. Esta gloria marcó a Cervantes toda su vida, hasta el punto de inutilizar para siempre su mano izquierda, lo que le valió el apelativo de «el manco de Lepanto». A pesar de ello, continúa batallando y siempre con participaciones de notable importancia, lo cual, le valió de reconocimiento y prestigio entre las tropas.

 

En 1573 lo encontramos en Sicilia y en Nápoles, donde mantuvo relaciones amorosas con una joven a quien llamó «Silena» en sus poemas y de la que tuvo un hijo, Promontorio.  Hijo del cual se desentendería desde un principio.

 

Gracias a su valor como combatiente, consiguió una carta de recomendación de Juan de Austria y del duque de Sessa, de manera que a su regreso a España la pudiera utilizar para conseguir un buen puesto en la Corte o semejante. Así, en 1575 se embarcó en Nápoles rumbo a Barcelona, pero su galeón fue apresado por corsarios berberiscos, quienes lo tomaron como rehén. Dado que iba provisto de una recomendación del mismísimo Juan de Austria, los raptores pensaron que se trataba de alguien de capital importancia, por lo que elevaron la petición de rescate a 500 escudos de oro por su libertad, una autentica fortuna. La insistencia de Cervantes en tratar de convencer al sultán que no era ningún noble, sino todo lo contrario, fue en balde. Al año siguiente, Cervantes tuvo varios intentos fallidos de fuga, hasta que en 1580 los padres trinitarios fray Juan Gil y fray Antón de la Bella lo rescataron cuando estaba a punto de partir a Constantinopla. En total cinco años en el cautiverio y los últimos diez entre guerras y cautiverio.

 

Con todo ello a sus espaldas, Cervantes solicitó un puesto en la administración de las Indias y allí empezar una vida nueva. Tal petición le fue denegada.

 

En 1581 de regreso a la península, se dedicó de lleno al teatro, con las obras «Trato de Argel» y “Numancia». Un año más tarde empezó la redacción de «La Galatea», que fue aprobada dos años después.

 

En 1583 Miguel de Cervantes tuvo una hija, Isabel de Saavedra, con Ana Franca de Rojas. A pesar de ello, a los dos meses se casó en Esquivias (Tolado) con Catalina de Palacios Salazar a quien le doblaba la edad, él ya tenía 37 años y ella 18.

 

Aquí ya tenía claro que quería dedicarse a la literatura y lo intentó con todas sus fuerzas, pero esta parcela de sociedad estaba absolutamente copada por Lope de Vega.

 

La falta de ingresos como dramaturgo hizo que en 1587 se trasladara a Andalucía con el cargo de comisario real de Abastos, cuya misión era la de requisar cereales y aceite, operación que le había encargado personalmente el Rey Felipe II, y que estuvo destinada a financiar la Armada Invencible. Esta tarea no agradaba a Cervantes, por lo cual, en 1590, se vuelve a entrevistar con el rey prudente, al que le pide un oficio real en Indias, y Felipe II le responde de nuevo negativamente.

 

Por esta razón, no tiene más remedio de seguir de comisario real de Abastos en Andalucía, pero muy contrariado, lo cual, le ocasionó graves contratiempos. Tras embargar en dos ocasiones distintas trigo eclesiástico, fue excomulgado; y como, a su vez, muchos de los municipios se resistían a cumplir con el deber de entregar el cereal exigido, a finales de septiembre de 1592, el corregidor de Écija lo encarceló en Castro del Río, después de haber pasado por La Rambla, acusándole de haber vendido trescientas fanegas de trigo sin autorización. De este proceso consiguió salir libre de cargos, pero, entre los años 1602 y 1603 es, de nuevo, y por similares motivos, recluido en la prisión de Sevilla, (en la actual calle Sierpes). Parece ser que es en esta época cuando probablemente empezó a escribir el Quijote.

 

Ya libre, en 1603 se instaló en Valladolid con su esposa. Y por fin en 1604 aparecieron las primeras alusiones a «Don Quijote» y finalmente en 1605, la primera parte del Quijote fue publicada. El éxito fue inmediato, pero este éxito se tradujo más en prestigio que en escudos.

Así, el escritor asistió a las reuniones académicas de moda, en las que se codeó con escritores famosos del momento. Publicó otra obra «Novelas ejemplares» y «El Quijote” fue traducido al inglés, al francés y al italiano.

 

En 1615, aparecieron sus «Ocho comedias y ocho entremeses nuevos nunca representados» y la segunda parte del Quijote, en contestación al Quijote apócrifo publicado en 1614 por el licenciado Alonso Fernández de Avellaneda.

 

Enfermo incurable de hidropesía, el 22 de abril de 1616, el autor de “El Quijote” falleció. en la calle del León, en Madrid. Al día siguiente, envuelto en su hábito franciscano y con el rostro sin cubrir, fue enterrado el 23 de abril en el convento de las Trinitarias Descalzas.

 

Las penurias económicas que pasó Cervantes a lo largo de su vida, se ponen de manifiesto hasta en su muerte, pues para no pagar el entierro ingresa como franciscano seglar los últimos días de su vida y así estos hacen frente a los gastos del sepelio.

 

Unos meses antes de su muerte, Cervantes había tenido una recompensa moral por sus penurias e infortunios económicos: El licenciado Márquez Torres logró que socialmente se le reconociera su obra.

 

Gracias a Dios, después de esta vida en construcción permanente, de constante huida, puede decirse que Cervantes supo que con el Quijote creaba una forma literaria nueva.

 

Relación Cordoba y Cervantes

 

Frecuentemente, solía repetir aquel sabio enciclopédico y cronista oficial de la ciudad que fue don José María Rey Díaz que Miguel de Cervantes fue un cordobés nacido en Alcalá de Henares por casualidad y aunque el aserto pueda parecer desmedido, la realidad es que por su vinculación con la ciudad y, sobre todo, por las muestras de identificación y afecto que le prodigó a lo largo de su vida esa afirmación no es exagerada.

 

Y es que como dijo el 4 de noviembre de 1922 en la Real Academia de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba, don José de la Torre y del Cerro en el discurso de su recepción como académico numerario que versaba sobre la familia de Cervantes, “Córdoba tuvo la gloria de haber sido patria material de sus ascendientes y espiritual de Miguel de Cervantes Saavedra”.

 

Su estirpe es cordobesa de pura cepa; su tatarabuelo Pedro y su bisabuelo Rodrigo eran cordobeses, al igual que sus abuelos Juan y Leonor, pero si con esa ascendencia no fuese bastante, se puede decir con rotundidad y los hechos lo confirmarán que Cervantes llevó a lo largo de su vida a Córdoba en el corazón.

 

Miguel de Cervantes provenía de una familia de hidalguía e ilustrada, su abuelo Juan, quien ejerció abogado de cierto prestigio, así como juez para el Santo Oficio y alcaide en Cabra, Iznájar y Baena. Posteriormente sería nombrado corregidor en Toledo, Cuenca y Plasencia; después se haría cargo de la alcaldía de alzada de los estados del tercer Duque del Infantado, entre otras ciudades en Guadalajara; siendo, precisamente, en esta ciudad de donde dimana el imprevisto de que Miguel de Cervantes naciera en Alcalá de Henares.

 

El nombramiento de Alcalde de alzada en Guadalajara, le llevó a trasladarse junto a su esposa Leonor y sus hijos Juan, Rodrigo –el padre de Miguel de Cervantes- y Maria a aquella localidad y fue precisamente, el extraordinario atractivo de esta mujer la causa indirecta de que el Príncipe de los Ingenios naciese en Alcalá.

 

Presten atención porque esta historia no tiene desperdicio.

 

El Duque del Infantado, tuvo un hijo bastardo con una gitana, por lo que le apoderarán “El Gitano”. Este hijo ilegitimo será legitimado por la Reina doña Juana I de Castilla, Juan la Loca, y posteriormente nombrando arcediano (un puesto eclesiástico) de Guadalajara y Talavera.

 

“El Gitano” de nombre don Martín de Mendoza, quedó prendado de Maria – tía de Miguel de Cervantes- a la que conquistaría a base de obsequios valiosísimos, otorgándole –y en esto no fue ajeno su padre don Juan de Cervantes- una especie de dote concubinaria, plasmada en una curiosa carta de obligación, por seiscientos mil maravedíes, suma enorme para entonces y que su padre sabiamente negoció en la sombra con el sano propósito de salir al paso de la posibilidad de que el arcediano se cansara de doña Maria y en tal circunstancia hubiese de cargar con ella algún espontáneo, al que habría que dorarle la píldora del previo holocausto de su doncellez en altar ajeno.

 

Bien sea por la habilidad de doña Maria o por la sagacidad y previsión de don Juan de Cervantes, lo cierto es que acabada la relación entre doña Maria y el arcediano, estando vencida y siendo exigible la obligación de los seiscientos mil maravedíes que aquel se negó a pagar por las buenas, se llegó al pleito y don Juan para ponerse a salvo de la jurisdicción territorial del Duque, decidió llevarse a su familia a Alcalá de Henares, a escasas cuatro leguas de Guadalajara.

 

Tras conseguir un fallo favorable de la Chancillería de Valladolid, la familia se asentaría definitivamente en Alcalá. Este sería el motivo por el que Rodrigo, padre de Miguel, arraigaría finalmente en aquella ciudad, en la que vendría a nacer su hijo.

 

En los últimos años de su vida don Juan de Cervantes volvería a Córdoba hacia 1554 como Letrado capitular, ello depararía que fuese en nuestra ciudad el lugar donde durante los años de niñez y adolescencia su nieto se instruyese en su etapa de colegial y a la vez sintonizase y aprendiese a amar a Córdoba.

 

Córdoba fue eje en la vida de Miguel de cervantes. Sus hábitos, vivencias y recuerdos le marcarían para siempre.

 

Esa etapa primigenia en la vida del ser humano en la que, paulatinamente, se  va formando y enriqueciendo su personalidad con la influencia de factores externos y vínculos de afinidad o amistad, junto a experiencias atractivas y desconocidas que se acumulan y su propia ascendencia  familiar enraizada en Córdoba,  influirían de tal forma en la vida de Miguel de Cervantes que este de por vida convertiría esta ciudad en paradigma y núcleo de su existencia, de manera que ya nunca dejaría Córdoba y está en justa correspondencia le abrazaría como uno de sus hijos más preclaros.

 

La levadura cordobesa que dejaron en su alma los primeros años de su vida salpican su obra y así alude al barrio del Potro, centro de la picaresca y lugar predilecto de pillos y bribones, como lugar donde unos fabricantes de agujas mantearon a Sancho Panza; personajes como Luís López, aquel loco que despertaba con cantos de piedra a los perros vagabundos. Retrata en El Quijote a Luscinda y Cardenio aquellos amantes cordobeses. En La Gitanilla se recuerda a la familia de los Cárcamos de Córdoba.

 

A citar, igualmente, sus frases de elogio para el lucentino Luís Barahona de Soto o para Juan de Mena a quien refiere como <el gran poeta cordobés>. Decir que uno de los pocos libros que se libraron del expurgo que en la biblioteca de Don Quijote hicieron el cura y el barbero fue La Austriada de Juan Rufo. En La Galatea dedica grandes elogios a varios poetas cordobeses entre ellos a don Luís de Góngora.

 

Otras muchas alusiones aparecen en la obra de Cervantes relacionadas con temas cordobeses, así al referirse a la altitud de una sima cita la de Cabra, ciudad que visitó en alguna ocasión; no existía para él jamón como el de Rute y si se trata de yeguas, menciona como las mejores las que se crían en nuestras dehesas y los mejores jinetes son los cordobeses, alabando su agilidad y destreza.

 

Sorprende y halaga las numerosas citas y recuerdos que con harta frecuencia aparecen en la creación cervantina referidos a Córdoba, siendo así que son contadísimos y difusos los que prodiga a su pueblo natal y es que su obra se impregna del valor, del estoicismo y la caballerosidad de la que dio tan relevantes pruebas en su cautiverio de Argel, virtudes a las que no debieron ser ajenas su instrucción y formación cordobesa.

 

En 1587 fue comisionado para incautar trigo en diversas localidades de Sevilla y Córdoba por el Delegado Consejero de Hacienda de Sevilla (una especie de recaudador de contribuciones) y actuando en esa función, requisó diversas partidas de cereal en Ecija. También en La Rambla, Espejo y Castro del Río.

 

Fue en Écija donde por sacar algunas partidas de grano de las fábricas de las iglesias y requisar otras de personas próximas al clero, las autoridades eclesiásticas del lugar se encresparon airadamente. Tal exacción formaría tal revuelo que el provisor del Arzobispado de Sevilla le fulminó de excomunión, de la cual sería absuelto varios meses después, aunque no sin crecidas expensas.

 

También en Castro del Río tendría un serio enfrentamiento con un sacristán al que llegó a encarcelar al presentar seria oposición al decomiso de una serie de partidas de trigo de la propiedad eclesiástica; ello trajo como consecuencia que el obispado lo excomulgase por segunda vez.

 

Sería también en Castro del Río donde se le cambiaron las tornas y en la cárcel de esa localidad, sufrió prisión a causa de haber enajenado sin permiso unas fanegas de trigo. ¡Por un motivo u otro, no serían buenos los recuerdos que, de sus estancias en Castro del Río, conservaría don Miguel!

 

En estas lides, Cervantes pasó por Santaella y la tradición o legado de dicha villa, según de la Torre y del Cerro, la llevó al don Quijote de la Mancha, en su aventura con los galeotes y desarrollando ese cometido visitó, igualmente, Aguilar, Monturque y Montilla, donde también existe la creencia de que permaneció algún tiempo en prisión.

 

En todos estos viajes de ida y vuelta, tuvo necesariamente que pasar por Córdoba y detenerse en ella, alojándose en alguna de las posadas de la plaza del Potro y esas prolongadas estancias en nuestra ciudad le pondrían al tanto del acontecer diario de la ciudad.

 

A referir un suceso que, si bien ya está completamente aclarado, durante algún tiempo dio pábulo y alimentó la creencia de que Miguel de Cervantes había nacido en Córdoba.

 

A mediados de 1593 intervino en Sevilla como testigo de conocimiento en un pleito seguido por su amigo Tomás Gutiérrez, comediante y mesonero cordobés, contra la Cofradía y Hermandad del Santísimo Sacramento del Sagrario de la Santa Iglesia Mayor de la ciudad hispalense que se negaba a admitirle en su seno, teniendo por deshonrosos o bajos su ejercicio de posadero y el anterior de comediante. En el interrogatorio de preguntas formulado para la información que hubo de practicarse, se incluían entre otras estas dos:   Si Tomás era nacido en Córdoba, así como sus padres y si eran cristianos viejos, limpios de toda mala raza y no descendientes de moros ni judíos, ni de los nuevamente convertidos ni penitenciados por el Santo Oficio.

 

Evidentemente el peso del testimonio de Miguel de Cervantes, caso de proclamarse natural de Alcalá de Henares, hubiese sido nulo; para servir al protector y al amigo no vaciló en proclamarse natural de Córdoba y considerar a su amigo y a los padres de este como cristianos viejos, sabiendo a ciencia cierta que no descienden ni de moros ni de judíos y reconociéndose a si mismo como persona autorizada para testificar por ser hijo y nieto de personas próximas al Santo Oficio en Córdoba.

 

Sobre la declaración de Cervantes en el referido pleito han corrido ríos de tinta, pues él en sus declaraciones oficiales siempre aparece como natural de Alcalá de Henares; sin embargo la cuestión quedó zanjada con el informe emitido por el ilustre investigador y estudioso cervantista don Francisco Rodríguez Marín quien, precisamente, presentó hizo público ese testimonio en el transcurso de unos Juegos Florales celebrados en el Círculo de la Amistad de Córdoba el 24 de mayo de 1915, justo el pasado año se cumplieron  los cien años de ese acontecimiento.

 

Sostenía tan prestigioso erudito la tesis de que la palabra natural, antaño, tenía también la acepción de la tierra o pueblo del que se es oriundo y que Cervantes no mintió cuando se asignó esa naturaleza cordobesa ni cuando se atribuyó autorización para testificar, pues cierta era su proximidad al Santo Oficio cordobés.

 

Alusiones a Córdoba y su gente en El Quijote

 

Primera Parte

 

El ventero, que, como está dicho, era un poco socarrón y ya tenía algunos barruntos de la falta de juicio de su huésped, acabó de creerlo cuando acabó de oírle semejantes razones, y, por tener que reír aquella noche, determinó de seguirle el humor; y así, le dijo que andaba muy acertado en lo que deseaba y pedía, y que tal presupuesto era propio y natural de los caballeros tan principales como él parecía y como su gallarda presencia mostraba; y que él, asimismo, en los años de su mocedad, se había dado a aquel honroso ejercicio, andando por diversas partes del mundo buscando sus aventuras, sin que hubiese dejado los Percheles de Málaga, Islas de Riarán, Compás de Sevilla, Azoguejo de Segovia, la Olivera de Valencia, Rondilla de Granada, Playa de Sanlúcar, Potro de Córdoba y las Ventillas de Toledo1111, y otras diversas partes, donde había ejercitado la ligereza de sus pies, sutileza de sus manos, haciendo muchos tuertos, recuestando muchas viudas, deshaciendo algunas doncellas y engañando a algunos pupilos, y, finalmente, dándose a conocer por cuantas audiencias y tribunales hay casi en toda España; y que, a lo último, se había venido a recoger a aquel su castillo, donde vivía con su hacienda y con las ajenas, recogiendo en él a todos los caballeros andantes, de cualquiera calidad y condición que fuesen, sólo por la mucha afición que les tenía, y porque partiesen con él de sus haberes en pago de su buen deseo. (Capítulo III).

 

—Muchos años ha que es grande amigo mío ese Cervantes, y sé que es más versado en desdichas que en versos. Su libro tiene algo de buena invención; propone algo y no concluye nada. Es menester esperar la segunda parte que promete; quizá con la enmienda alcanzará del todo la misericordia que ahora se le niega, y, entretanto que esto se ve, tenedle recluso en vuestra posada, señor compadre.

 

—Que me place —respondió el barbero—. Y aquí vienen tres, todos juntos: La Araucana de don Alonso de Ercilla, La Austriada de Juan Rufo, jurado de Córdoba, y El Monserrate de Cristóbal de Virués, poeta valenciano. (Capítulo VI).

 

Apeáronse don Quijote y Sancho, y, dejando al jumento y a Rocinante a sus anchuras pacer de la mucha hierba que allí había, dieron saco a las alforjas, y, sin ceremonia alguna, en buena paz y compañía, amo y mozo comieron lo que en ellas hallaron. No se había curado Sancho de echar sueltas a Rocinante, seguro de que le conocía por tan manso y tan poco rijoso que todas las yeguas de la dehesa de Córdoba no le hicieran tomar mal siniestro. (Capítulo XV).

 

Quiso la mala suerte del desdichado Sancho que entre la gente que estaba en la venta se hallasen cuatro perailes de Segovia, tres agujeros del Potro de Córdoba y dos vecinos de la Heria de Sevilla, gente alegre, bien intencionada, maleante y juguetona; los cuales, casi como instigados y movidos de un mismo espíritu, se llegaron a Sancho y, apeándole del asno, uno de ellos entró por la manta de la cama del huésped, y, echándole en ella, alzaron los ojos y vieron que el techo era algo más bajo de lo que habían menester para su obra, y determinaron salirse al corral, que tenía por límite el cielo. Y allí, puesto Sancho en mitad de la manta, comenzaron a levantarle en alto y a holgarse con él, como con perro por carnestolendas. (Capítulo XVII).

 

—Ahora, bien —dijo el cura—, traedme, señor huésped, aquesos libros; que los quiero ver. —Que me place —respondió él. Y, entrando en su aposento, sacó dél una maletilla vieja cerrada con una cadenilla, y, abriéndola, halló en ella tres libros grandes y unos papeles de muy buena letra, escritos de mano. El primer libro que abrió vio que era Don Cirongilio de Tracia, y el otro de Felixmarte de Hircania, y el otro la Historia del Gran Capitán Gonzalo Hernández de Córdoba, con la vida de Diego García de Paredes.

 

—Hermano mío —dijo el cura—, estos dos libros son mentirosos y están llenos de disparates y devaneos. Y este del Gran Capitán es historia verdadera y tiene los hechos de Gonzalo Hernández de Córdoba; el cual, por sus muchas y grandes hazañas mereció ser llamado de todo el mundo Gran Capitán, renombre famoso y claro y dél solo merecido. (Capítulo XXXII).

 

…le vinieron nuevas que Lotario había muerto en una batalla que en aquel tiempo dio monsiur de Lautrec al Gran Capitán Gonzalo Fernández de Córdoba en el reino de Nápoles, donde había ido a parar el tarde arrepentido amigo… (Capítulo XXXV).

 

Segunda Parte

 

Leyenda en la calle Osario

 

Había en Córdoba otro loco que tenía por costumbre de traer encima de la cabeza un pedazo de losa de mármol, o un canto no muy liviano, y, en topando algún perro descuidado, se le ponía junto, y a plomo dejaba caer sobre él el peso. Amohinábase el perro y, dando ladridos y aullidos, no paraba en tres calles. Sucedió, pues, que entre los perros que descargó la carga, fue uno un perro de un bonetero, a quien quería mucho su dueño. Bajó el canto, diole en la cabeza, alzó el grito el molido perro, violo y sintiolo su amo, asió de una vara de medir y salió al loco, y no le dejó hueso sano; y cada palo que le daba decía: «Perro ladrón, ¿a mi podenco? ¿No viste, cruel, que era podenco mi perro?» Y, repitiéndole el nombre de podenco muchas veces, envió al loco echo una alheña. Escarmentó el loco y retirose, y en más de un mes no salió a la plaza, al cabo del cual tiempo volvió con su invención y con mas carga. Llegábase donde estaba el perro y, mirándole muy bien de hito en hito y, sin querer ni atreverse a descargar la piedra, decía: «Este es podenco; guarda». En efeto, todos cuantos perros topaba, aunque fuesen alanos o gozques, decía que eran podencos, y así, no soltó mas el canto. Quizá de esta suerte le podrá acontecer a este historiador, que no se atreverá a soltar mas la presa de su ingenio en libros que, en siendo malos, son mas duros que las peñas. (Prólogo al lector).

 

—Vive Roque, que es la señora nuestra ama mas ligera que un alcotán y que puede enseñar a subir a la jineta al mas diestro cordobés o mejicano. (Capítulo X).

 

—Porque doy al celoso, al desdeñado, al olvidado y al ausente las que les convienen, que les vendrán más justas que pecadoras. Otro libro tengo también, a quien he de llamar Metamorfóseos, o Ovidio español, de invención nueva y rara, porque en él, imitando a Ovidio a lo burlesco, pinto quién fue la Giralda de Sevilla y el Ángel de la Madalena, quién el Caño de Vecinguerra de Córdoba, quiénes los toros de Guisando, la Sierra Morena, las fuentes de Leganitos y Lavapiés en Madrid, no olvidándome de la del Piojo, de la del Caño Dorado y de la Priora, y esto, con sus alegorías, metáforas y translaciones, de modo, que alegran, suspenden y enseñan a un mismo punto. (Capítulo XXII).

 

Citas de interés – Bibliografía

José María Rey Díaz “Miguel de Cervantes fue un cordobés nacido en Alcalá de Henares por casualidad”.

José de la Torre y del Cerro “Córdoba tuvo la gloria de haber sido patria material de sus ascendientes y espiritual de Miguel de Cervantes Saavedra

“Cervantes y la ciudad de Córdoba” Francisco Rodríguez Marin – Editorial: S.L. EXTRAMUROS EDICION

“La juventud de Cervantes” José Manuel Lucía Megías – Editorial: Edaf

“Cervantes, genio y libertad” Alfredo Alvar – Editorial: Temas de Hoy

“La sombra de Cervantes en Córdoba” Francisco Paños y Juan Perez Cubillo – Editorial Utopia Libros

 

Trabajo realizado por Rafael Gómez Aguilar y Alfonso Gómez López

V Tertulia Cordobesa en Madrid – Cervantes y Córdoba

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